miércoles, octubre 23, 2013

Remendar como ritual de sanación.



Remendar es un verbo que aprendí en Colombia cuando podía contar mis años de 
edad con una sola mano.  Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, remendar significa “aplicar, apropiar o acomodar algo a otra cosa para suplir lo que falta”,  y si lo que falta es casi siempre dinero, podría entonces afirmar que es ese un verbo de uso regular, no digo que cotidiano porque no sería entonces el sistema capitalista nuestro modelo económico, pero sí frecuente, habitual y por qué no tradicional.

La primera vez que un canapé abandonado a la intemperie se me cruzó en el camino, no dudé un solo instante que muy seguramente todavía había algo que podía hacer por él. Esa costumbre la tenemos en Colombia, cuando queremos 
deshacernos de algo primero pensamos en la familia, en ese pariente que vive cerca y que tal vez recibiría con entusiasmo un sofá de tres puestos para ponerlo en su salón, al lado de la Millonaria que riega desde hace años y que le trae buena suerte. Después, si por cosas de la vida, ningún pariente (cercano o no) acepta la donación – casi siempre recibida más como un regalo que como una obra de caridad- entonces abrimos el círculo a los amigos, seguro que Fulanito que se acaba de casar necesita un comedor o el hijo de la cuñada de Sutanito, que vive sin un peso, va a estar eternamente agradecido de recibirlo. Digo esto con conocimiento de causa, mis padres regalaron a los vecinos del piso de abajo el primer comedor (tejido en mimbre) que tuvimos para hacerle espacio a uno nuevo de madera y años más tarde los muebles de la sala fueron instalados en la casa de mi abuelo. Es más, cuando mi padre era soltero guardaba los muebles de sus amigos  en el apartamento mientras ellos encontraban un lugar donde pudieran utilizarlos. Todo menos desperdiciar, uno nunca sabe cuándo va a necesitar qué, es mejor guardar el sofá viejo en la buhardilla que llevarlo al basurero municipal, de hecho esa nunca fue una opción. Si recuerdo todo esto en detalle es porque hace un par de años vivo fuera de ese país, el mío. Ahora vivo en uno nuevo, uno que me conseguí para poder ir a ver las pinturas que me gustan y aprender a catar buenos vinos. En este lugar la cadena de pasos a seguir (habría podido escribir Conducto Regular pero esas palabras me recuerdan al coordinador de mi colegio y por tanto no las puedo soportar) para deshacerse de ese canapé viejo es más corta: el primer paso (el de la familia) aplica sólo si la relación de quien se deshace con quien recupera es muy estrecha y el segundo (el de los amigos) si quien recupera es estudiante y hasta de pronto desempleado. Aquí si algo estorba en la casa se saca a la calle, al andén, y el camión de la basura, que pasa los miércoles al final de la tarde, lo recoge para llevarlo directo al vertedero. Fin de la vida útil de lo que quiera que ese algo represente en la casa de cualquiera.

He buscado la traducción del verbo Remendar en francés, esto es algo que hago a diario pues debo traducir mis textos del español al francés o viceversa. El resultado en realidad no me sorprende: reparar o corregir, ojo: que no es lo mismo. 

¿Por qué botar ese pantalón si todavía se puede remendar?, no es que necesite ser reparado, porque funciona perfectamente, ni corregido porque no está, si eso fuera posible, equivocado; necesita ser remendado, porque pasó tantos años envolviendo las piernas de alguien que se rasgó, o fue quemado con un cigarrillo, o envejeció y los colores ya no son los mismos que hace dos años, o una gota de blanqueador decoloró por accidente la tela ... ¡pero no por eso lo vamos a botar! En cambio, y para dar un par de ejemplos, yo nunca he visto en mi nuevo lugar de residencia un billete de diez euros remendado con cinta transparente, ni una pieza decorativa/ taza/ bandeja de porcelana que se quebró pegada con Súper Glue y puesta sobre la mesa de centro de la sala.


 La pregunta es si esa costumbre (por eso en el primer párrafo decía tradición) de remendarlo todo,  nos es aprendida naturalmente de generación en generación en Colombia y por tanto hace parte de nuestro legado cultural o si en otros países el verbo remendar no existe simplemente porque las condiciones económicas, sociales y culturales conducen a sus individuos a un ritmo de vida acelerado, casi automático, que no les enseña ni les permite hacerlo.

Después de haber remendado pantalones, pulseras, zapatos, medias veladas, camisetas y hasta luces de navidad, tengo que decir que me inclino más por la primera, el Legado Cultural. Hace más de quinientos veintiún años, cuando el señor Colón vino a bautizar nuestras tierras en muestra de su desarrollada avaricia primermundista, ya éramos desde hace años escultores, orfebres, tejedores, ceramistas, esmeralderos, pintores, algodoneros, alfareros; hacedores de objetos con las manos. Eso quiere decir que durante más de cinco siglos hemos preparado materias primas, predefinido objetos terminados, moldeado, tallado, limado, fundido piezas para un fin (alimenticio, decorativo, fúnebre, festivo, etc.) y por tanto remendado mantas para cubrirse, vasijas de barro, estatuillas de piedra, collares que cubren todo el pecho, pinturas sobre tela, canastas de mimbre sin fondo. Seguramente es por eso que la nuestra es una cultura animista, que cree en el alma de ciertos animales, objetos, elementos naturales y se aferra a ellos para sentirse segura. En Colombia fabricamos objetos y les otorgamos una vida, que a demás de ser el tiempo de utilidad que nos prestan, es la vida de la materia que lo compone, el sofá mismo que no queríamos botar a la basura porque perteneció a la tía y antes a la abuela y que guarda simbólicamente un pedazo de historia familiar del que no estamos dispuestos a desprendernos. Como si ese sofá tuviera los recursos necesarios para contribuir a una vida y a una sociedad mejor.

Creo que por eso remendamos de manera instintiva, de memoria, porque así nos enseñaron. De hecho casi todo se puede remendar, excepto los cuerpos de personas desaparecidas por la guerra, los cuerpos torturados por las dictaduras, los cuerpos de niños maltratados y explotados para trabajar, los cuerpos de personas sin nombre encontrados en fosas comunes, los cuerpos de personas con hambre y sed, los cuerpos heridos por minas escondidas en el campo, los cuerpos de bebés abandonados en canastos, los cuerpos sin territorio ni familia, los cuerpos de indígenas desplazados a la ciudad, los cuerpos de los mártires de la paz que todavía no existe, los cuerpos inmolados y desesperados por la falta de libertad, los cuerpos caídos en la selva, los cuerpos damnificados por la pobreza, los cuerpos mutilados por las armas, los cuerpos lisiados que querían defenderse, los cuerpos atormentados en el olvido nacional, los cuerpos sin nombre, los cuerpos que devienen el Cuerpo de la Guerra. He querido representar ese Cuerpo, utilizando la tierra como elemento generador de la vida y retenedor de la muerte que da forma a la piel que la retiene, una piel remendada, llena de cicatrices, de memoria. La tierra de la Preocupación en la teoría china de las Cinco Fases, “la bilis negra o melancolía” de Hipócrates, la tierra de la “frialdad y sequedad” de Aristóteles, “la tierra que da el ser y es la matriz universal” para los pueblos del neolítico. Mi pequeño ritual de sanación, de reparación, de remedio y de remiendo está dirigido a ese Cuerpo de la Guerra al que interrogo a diario, en respuesta a mi inquieta preocupación por El Otro, por su cuerpo transformado por la guerra, por las víctimas sin voz y la desesperanza que nos invade. Remendar cuerpos que no son míos pero idénticos al que porto, remendar varios por día, mirarlos en la palma de mi mano, dejarlos reposar sobre una cama de tierra, y volver a empezar.


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Fr.

Remendar est un verbe que j’ai appris en Colombie quand je pouvais compter mes années de vie sur une seule main. Selon le Dictionario de la Real Academia de la Lengua Española, remendar signifie « appliquer, approprier ou ajuster quelque chose a une autre chose pour suppléer ce qui manque », et si ce qui manque est d’habitude de l’argent, je peux donc affirmer que celui-ci est un verbe d’usage courant, je ne peux pas dire qu’il est d’usage quotidien parce que le système capitaliste est notre model économique, mais je peux dire qu’il est d’usage fréquent, habituel et pourquoi pas traditionnel.        

La première fois qu’un canapé abandonné à la belle étoile a croisé mon chemin, je me suis dit tout de suite que je pouvais encore faire quelque chose pour lui. On a cette habitude en Colombie, quand on veut se débarrasser de quelque chose on pense d’abord à la famille, on pense au parent qui habite pas très loin et qui aimera peut-être avoir ce canapé trois places dans son salon, à côté de la Millonaria1 qu’il arrose depuis des années et qui lui apporte du bonheur.   Après avoir fait le tour de la famille et d’être sûr qu’aucun parent (qu’il soit proche ou pas) accepte la donation –qui est en général perçue plus comme un cadeau qu’une œuvre de charité – on passe au cercle d’amis, « c’est sur que Fulanito2 qui vient de se marier a besoin d’une table à manger »  ou « le fis de la sœur de Sutanito2 ,qui n’a jamais un sou sur lui, va être content de recevoir cette table» Je dis ça en connaissance de cause, mes parents ont offert aux voisins d’en-dessous la première table à manger qu’on a eu (qui était tissée en osier) pour faire de la place à une nouvelle table en bois et quelques années plus tard les canapés du  salon ont été installés chez mon grand-père. De plus quand mon père était célibataire il stockait les meubles de ses amis chez-lui en attendant qu’ils trouvent un nouvel endroit pour pouvoir les utiliser. Tout sauf le gaspillage, on ne sait jamais quand est-ce qu’on va avoir besoin de quoi, il vaut mieux ranger le canapé dans la cave que de l’amener à la déchèterie, en fait ce n’était pas du tout une option. Et si je me rappelle de tout  ça en détail, c’est parce que ça fait deux ans que je n’habite plus dans ce pays, qui est le mien. J’habite maintenant dans un nouveau, un pays que j’ai choisi pour pouvoir aller voir en vrai les peintures que j’aime et pour goûter de bons vins. Dans cet endroit la démarche pour se débarrasser de ce vieux canapé est beaucoup plus courte : la première option (celle de la famille) est pertinente si la relation de celui qui se débarrasse avec celui qui récupère est forte et la deuxième (celle des amis) fonctionne si celui qui récupère est étudiant ou s’il est au chômage. Ici si quelque chose devient encombrante on la met dehors, sur le trottoir, et le camion poubelle, qui passe tous les mercredis en fin d’après-midi, vient le ramasser pour l’amener à la déchèterie. Et voilà la fin de la vie utile du canapé.

J’ai écris ce texte d’abord en espagnol, j’ai cherchée la traduction en français du verbe remendar  pour faire la traduction de ce texte et je ne l’ai pas trouvée. J’ai trouvée des mots qui ne correspondent pas exactement à la signification en espagnol : rapiécer, réparer ou corriger, attention : ce n’est pas la même chose. Pourquoi on jettera un pantalon si on peut encore le remendar ?, il n’a pas besoin d’être réparé parce qu’il fonctionne très bien (on peut le porter et il nous protège du froid, etc.), il n’a pas besoin non plus d’être corrigé parce qu’il n’y a pas de défaut de fabrication ; il a besoin d’être remendado parce qu’il a passé tellement longtemps autour des jambes de quelqu’un qu’il s’est déchiré, ou parce qu’il a été brulé avec une cigarette, ou parce qu’il a mal vieilli et ses couleurs ne sont pas les mêmes que l’année dernière, ou parce qu’une goute de blanchisseur a décoloré par accident le tissu… mais  ce n’est pas pour cela qu’on va le jeter ! Par exemple je n’ai jamais vu un billet de dix euros remendado avec du scotch, ni une pièce décorative/une tasse/ un plateau fait en porcelaine remendado avec de la Super Glue parce qu’elle a été cassée.

La question est : est-ce que cette habitude de tout remendar existe parce qu’elle nous a été apprise de manière naturelle, de génération en génération en Colombie et fait partie de notre héritage culturel? ou est-ce que dans d’autres pays le verbe remendar n’existe pas, tout simplement parce que les conditions économiques, sociales et culturelles mènent les individus dans un rythme de vie accéléré, presque automatique, qui ne leur apprend ni ne leur permet de le faire?.    

Après avoir remendado des pantalons, bracelets, chaussures, collants, tee-shirts et même des petites ampoules pour noël, je dois dire que j’ai une préférence pour la première théorie : celle de l’héritage culturel. Il y a plus de  cinq-cent-vingt et un ans, quand Monsieur Colon est venu baptiser nos terres en preuve de son avarice du premier monde, nous étions déjà sculpteurs, tisseurs et tisseuses, céramistes, miniers et minières, bijoutiers, tailleur et tailleuses d’émeraudes, peintres, cotonniers et cotonnières, potiers et potières : créateurs d’objets manufacturés. Cela veut dire que pendant plus de cinq siècles nous avons préparé des matières premières, prévu des objets finis, moulé, taillé, poli, fondu des pièces en fonction d’une utilité (alimentaire, décorative, funèbre, festive, etc.) et pourtant on a remendado des couvertures pour se couvrir, des pots en terre, des statuettes de pierre, des colliers qui font la taille de la poitrine , des peintures sur tissu, des paniers en osier sans fond. C’est sûrement pour cette raison que notre culture est animiste, nous croyons en l’existence de l’âme de certains animaux, objets, éléments naturels et nous nous accrochons à eux pour nous rassurer. En Colombie nous fabriquons des objets et nous leur accordons une vie, qui en plus d’être sa durée d’utilité est la vie de la matière qui les compose, le canapé que nous ne voulions pas jeter à la poubelle parce qu’il a appartenu à la tante et avant à la grand-mère, garde symboliquement un morceau d’histoire familière duquel nous n’avons pas envie de nous détacher. C’est comme si ce canapé avait les ressources nécessaires pour contribuer à une meilleure vie et à une société bonifiée.

On peut remendar presque tout, sauf les corps des personnes disparues par la guerre, les corps torturés par les dictatures, les corps des enfants maltraités et exploités pour travailler, les corps des personnes sans nom retrouvées dans les fosses communes, les corps des personnes qui ont faim et soif, les corps blessés par des mines cachées en campagne, les corps des bébés abandonnés dans des paniers, les corps sans territoire ni famille, les corps des indigènes déplacés de manière forcée dans les villages, les corps des martyres de la paix qui n’existe pas encore, les corps immolés et désespérés par le manque de liberté, les corps abattus dans la forêt, les corps endommagés par la pauvreté, les corps mutilés par les armes, les corps incapables de se défendre, les corps tourmentés par l’oublie national, les corps sans prénom, les corps qui deviennent le Corps de la Guerre. J’ai voulue représenter ce Corps, en utilisant la terre comme élément générateur de vie qui retient à la fois la mort et qui donne une forme à la peau qui l’enveloppe, une peau remendada, comblée de cicatrices, de mémoire. La terre de la Préoccupation dans la théorie des Cinq Phases, « la bile noire ou la mélancolie » d’Hippocrate, la terre de «la froideur et la sécheresse » d’Aristote, « la terre qui donne vie à l’être et qui est la matrice universelle » pour les peuples du Néolithique. Mon petit rituel de guérison, de réparation, de remède et de remiendo est dirigé à ce Corps de la Guerre, vers qui j’interroge au quotidien en réponse à mon inquiète préoccupation de L’Autre. Remendar ses corps qui ne sont pas les miens mais identiques à celui que je porte, remendar plusieurs par jour, les regarder dans la paume de ma main, les laisser se reposer sur un lit de terre et revenir au début.         




1.        Millonaria: plante à fleurs de la famille des Lamiaceae. Son nom scientifique est Plectranthus Verticillatus mais elle est connue comme Plante de l’argent où Millionnaire. La tradition indique que celui qui a une Millonaria chez-lui, il ne lui manquera jamais de l’argent.
2.        Fulanito et Sutanito sont des prénoms utilisés en espagnol qui équivalent à Madame tout le monde ou Monsieur tout le monde en français.


lunes, octubre 14, 2013

La ciudad de la muerte.



Algunas ciudades me han recibido con monumentos gigantes, iluminación pública intachable, calles impecables y peatones bien vestidos. Esta vez, una nueva para mí, me dejó a oscuras y en silencio.

Tiene que ser, y no me cabe la menor duda, uno de los lugares más poéticos del mundo. Con un mapa detallado y pantalones cómodos, me aventuré en Venecia, el laberíntico espacio de los pintores renacentistas que parió a Bellini, Carpaccio, Tiziano, Veronese… suspiro, ¡qué suerte la mía!

Imagínese que un día se despierta perdido en una pintura, al óleo sobre madera de preferencia, parado en la mitad de un puente pequeño de mármol blanco, rodeado de caballos con traje de gala, chimeneas en forma de copa de vino tinto, ángeles rojos con rostro repetido y el patrón subido en una nube vaporosa dotado de una barba blanca como la de papá Noel. Imagínese ahora que los autos no existen, que la comida típica es el helado en cono, que en las iglesias los creyentes le rezan al pinturas y no a una cruz, que las pizzas se comen enrolladas, que existen cabañas para gatos alimentados por cualquiera, que sus tangas o calzoncillos pueden secar libremente al sol,  que los espaguetis son negros, que la cerradura de la puerta de su casa tiene forma de león de peluche y que el mar está al borde de su casa. Yo todavía no me despierto, elija usted cuándo quiere salir del paraíso.

Y no sería El Paraíso si no estuviera muriendo. Cuando uno camina por los estrechos callejones venecianos, que en su mayoría son del ancho de sus dos brazos extendidos a la altura de sus  hombros, el horizonte se evanesce y la luz del sol cae debilitada sobre las terrazas improvisadas en madera. Las antiguas torres puntiagudas se reposan sobre el hombro derecho para susurrarnos delicadamente, como lo haría Laura de Avellaneda, “qué sola va a quedar mi muerte sin-su-vi-da”.

Debe ser que en nuestras ciudades modernas el paso del tiempo pasa bajo cuerda – como tantas otras cosas – y que nos acostumbraron a no ver nuestros muros envejecer. Gracias al patrón de barba larga nos podemos escapar a otros mundos, a hablar otras lenguas, a perdernos en la noche,  a ver cómo se va destruyendo todo, sin miedo porque no es nuestra casa la que está al lado del mar. La preciosa, encantadora e  imposible ciudad de las góndolas está muriendo a un ritmo que no es humano,  - ¡pero por favor!, si el de ella tiene que ser divino – y se va desnudando  lentamente para que todos la podamos ver. Las iglesias se van quitando el disfraz de mármol y se quedan en ladrillo, las fachadas de desmaquillan y permanecen pálidas, las pinturas viven en la oscuridad en un intento frustrado contra el tiempo por conservarlas, la marea alta desciende menos, las olas se multiplican por los cruceros de diez pisos, las cuerdas del vaporetto se deshacen, los relojes de números romanos se detienen, los peces se alejan de los puertos, el agua reaparece entre las grietas de los andenes y uno se queda con el vientre retorcido y las lágrimas a medio camino, y le toma fotos por si un día ya no existe, y le reza al Tiziano de los tres rojos diferentes para que la embalsame, y hace un brindis a su salud,  y los veinte millones de turistas por año se ponen las botas impermeables para ir a morir un poco más en su convalecencia. 


        Venecia es tan hermosa que la Venus de Milo le tiene celos. Razón tiene, esas cosas pasan entre mujeres, bueno para mí  Venecia tiene nombre de mujer. Entre mis brindis de vino tinto con burbujas y spritz, escuchaba a sus habitantes hablar casi cantando, con ese acento festivo en un tono alto que solo ellos pueden elevar y pensaba con aire de turista, qué difícil debe ser la vida de estos tres caballeros aquí. Imaginaba por ejemplo una familia mudándose de casa en barco, un empleado haciendo el depósito de alimentos en un supermercado, un cartero repartiendo cartas de amor que ya (casi) no existen, un policía persiguiendo a un aventajado o un paramédico llevando al enfermo al hospital; todo parece más difícil antes de ser realizado. Esos señores parecían felices y cansados, lo que parecía un problema estaba ya resuelto: barcos blancos y azules para los policías, amarillos y naranjas para las ambulancias, en madera brillante para los taxis… y uno ve cómo una extraña normalidad reina cotidianamente en ese lugar improbable. Los niños reciben sus clases de catequesis en la Iglesia de Santa María, entre tumbas barrocas gigantes, caballos de madera y pinturas de Bellini (ahora entiendo por qué la mayoría católica en Italia),  las señoras se reúnen en las plazas para pasear a sus perros y empacan en pequeñas bolsas moradas los regalitos que uno va encontrando cuando camina, las góndolas tienen la prioridad sobre los barcos con motor a falta de semáforos.

 Y uno está ahí, parado en la mitad de la Plaza San Marcos, con los pies gordos de tanto caminar y los ojos brillantes como nunca, preguntándose por qué todos esos santos lo miran al mismo tiempo, cuántos cientos de años ha vivido ese reloj, cómo fue que construyeron con árboles el suelo de esa ciudad, si es verdad que el carpaccio que uno pide en los restaurantes se debe a la pintura de Carpaccio, por qué construyeron los puentes después de los edificios, cómo se prepara la polenta, a qué hora vuelven a sonar las campanas, dónde fabrican los remos de los barcos, para qué sirven las máquinas que uno no puede utilizar, qué tienen los helados allá que son tan ricos, cómo fabrican las pastas para poder enrollarlas en hilos tan largos, a dónde se fueron los ángeles que hacían música en las fiestas y se llena de dudas, y la luna está roja, y el último barco para regresar al hotel va a partir, y uno no  está listo para regresar.










domingo, octubre 06, 2013

Fiona


Première sphère.
Tissu, mousse, fil.
2013.


Cent petits morceaux blancs en forme irrégulière reposaient sous terre. Je les ai trouvées par hasard il y a quelques années, pendant une balade en forêt près de Clermont-Ferrand. Curieuse, je les ai ramassés, j’ai pris la peine de les enlever  avec la terre qui était autour pour éviter des dégâts, j’ai tout mis dans un sac plastique que j’ai trouvé dans ma poche.  En suite je les ai ramenés chez-moi, ils ressemblaient beaucoup à des minéraux ou des grains très durs. J’ai pris un pot de confiture vide et j’ai mis ces objets dans la terre pour confirmer ma théorie des grains,  j’ai l’habitude de garder les pots de confiture une fois qu’ils sont vides pour m’en servir après.
      
Tous les dimanches matin, j’arrosais la terre avec beaucoup d’eau, c’était l’automne, il faisait encore chaud et j’avais hâte de découvrir la surprise. Au bout de quelques mois des petites plantes vertes sont apparues par dessus la terre, j’ai pu constater que c’étaient des mauvaises herbes mais j’ai décidée de ne pas les enlever, ce qui m’intéressait c’était d’observer attentivement tout le processus de développement. Un mois après j’ai remarquée un liquide blanc jaunâtre un peu épais qui recouvrait la surface, quand il faisait très chaud celui-ci fondait et devenait encore plus liquide. Inquiète, j’ai creusée pour retrouver les grains, j’étais agréablement surprise de voir que les morceaux s'étaient mis ensemble, ils étaient collés et forment un volume en forme d’os.   Ce matin j’ai été très perturbée, je n’avais jamais vu un phénomène pareil, je ne savais pas comment entretenir cet objet/plante/os… je l’ai mis dans mon jardin et j’ai décidée laisser faire la nature tout en surveillant son évolution.

J’ai attendue cinq jours et je suis allée voir mon pot de confiture, je me suis aperçue qu’une  peau très fragile, sèche comme un raisin, s’était développée. Trois semaines après une fissure est apparue, elle traversait le volume d’un côté à l’autre comme cette plante grasse appelée Lithops. Je connaissais cette plante parce que j’ai une collection de cactus et plantes grasses sur ma cheminée, la Lithops est une de mes préférées. Ma plante en forme d’os ne possédait pas des racines ni des tiges, elle-même constituée une réserve importante d'eau et sa couleur était assez terne, elle variait du gris au verdâtre, au jaunâtre ou au rougeâtre. Sa partie supérieure aplatie ou plus ou moins bombée portait des tâches translucides et la peau était en partie soulevée par des bulles de couleur rouge brun.

J’avais toujours cette difficulté de lui accorder un genre, je me rendais compte qu’elle se développait plus vite qu’une plante. Le printemps arrivait, une nouvelle paire d’os recouverts de peau était sortie au milieu du premier, la fissure est devenue plus importante et elle ouvrait le volume a moitié pour laisser l’organisme se développer. La croissance était lente et elle s’était poursuivie jusqu’au mois d’Août. À la fin du printemps il débordait de son pot, chaque nouvelle paire s’ouvrait et donnait naissance à une autre tous les quatre jours, elle en avait une vingtaine.  Les tâches rouges et vertes s’élargissaient et couvraient la totalité du volume, elles devenaient plus foncées et une odeur d’acide gras envahissait mon jardin. Ses formes changent tous les jours, elles étaient des organismes vivants, j’ai envie de dire qu’elles ressemblaient de plus en plus à des organes humains. Elle s’appelait Fiona, elle était magnifique. Elle a vécue cinq ans, pendant l’hiver dernier elle a perdue l’eau qui la maintenait en vie. J’ai décidée de la garder jusqu’au dernier moment,  je l’ai rempotée dans un récipient rectangulaire beaucoup plus grand que celui qu’elle avait avant : soixante-cinq centimètres de long, trente-quatre centimètres de large et vingt-trois centimètres de profondeur. La taille d’un petit cercueil pour enfant.

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Esp.

Cien pedazos pequeños, blancos, de forma irregular, reposan en el suelo. Los encontré, por suerte, hace algunos años mientras caminaba en un bosque ubicado cerca de Clermont-Ferrand. Curiosa, los recogí con cuidado, conservé la tierra que estaba alrededor para evitar cualquier daño. Guardé todo en una bolsa plástica que había encontrado en mi bolsillo y me los llevé a casa.

Una vez allí, los puse sobre una mesa y observé, parecían minerales o semillas muy duras. Tomé un frasco de mermelada vacío y los sembré para confirmar mi teoría de que eran semillas.  Tengo la costumbre de guardar los frascos vacíos de mermelada para utilizarlos después, es un hábito que se me quedó después de la universidad, mi profesor de pintura nos recordaba cada semana lo útiles que podían ser.   
Todos los domingos en la mañana regaba la tierra con mucha agua. Era el inicio del otoño, la temperatura todavía no había descendido mucho y yo sólo quería descubrir la sorpresa. Al cabo de algunos meses empezaron a crecer plantas verdes y frágiles sobre la tierra, no eran las semillas, investigué y pude constatar que se trataba de plantas arvenses, casi siempre indeseables, maleza. Sin embargo, decidí dejarlas allí, lo que me interesaba era observar con atención todo el proceso de desarrollo. Un mes después, noté que un líquido blanco, amarilloso, un poco espeso, recubría la superficie; cuando hacía calor, éste fundía y se volvía muy líquido. Preocupada, hice un agujero en la tierra para llegar hasta las semillas, cavé cuidadosamente para no dañar lo que potencialmente podría estar bajo tierra. Para mi sorpresa los pequeños pedazos se habían soldado, estaban juntos, pegados,  formaban un volumen en forma de hueso. Fue una mañana llena de dudas, nunca antes había visto un fenómeno como ese, no sabía cómo debía cuidar a mi objeto/planta/hueso ni qué necesitaba para seguir desarrollándose. Resembré, cerré el agujero inicial y la llevé a mi jardín; dejé todo como estaba y dejé a la naturaleza hacer su trabajo. Continué vigilando su evolución.

Esperé cinco días y fui a ver mi frasco de mermelada. Una piel delicada, frágil, seca como una pasa, se había desarrollado. Tres semanas después una grieta  apareció, atravesaba el volumen de un lado al otro,  se parecía un poco a esa planta que se llama Lithops. Yo la conocía porque tengo una colección de cactus y piedras vivas sobre mi chimenea, esa es una de mis favoritas. Mi planta, en forma de hueso, no poseía raíces ni ramas, ella misma constituía una reserva importante de agua, su color era pálido, variaba de gris a verde, de amarillo a rojo. Su parte superior era plana y se elevaba un poco en el centro, tenía manchas translúcidas y la piel se había desprendido un poco a causa de una burbujas de color rojo oscuro que habían aparecido.
Tuve siempre esta dificultad de acordarle un género o una especie y sabía que se desarrollaba más rápido que una planta. La primavera llegó, un nuevo par de huesos recubiertos de piel habían nacido en medio del primero, entre la grieta. Ésta era cada vez más importante, se extendía y habría al organismo en la mitad para que se pudiera reproducir. El crecimiento fue constante hasta el mes de Agosto. Al final de la primavera desbordaba el recipiente, cada nuevo par se habría y dejaba nacer a otro nuevo en la mitad, esto pasaba cada cuatro días, y en ese momento ya tenía una veintena. Las manchas rojas y verdes se expandían y cubrían la totalidad del volumen, devenían más oscuras y un olor de ácido graso invadía mi jardín. Sus formas cambiaban a diario, eran sin duda organismos vivos, osaría decir que se parecían cada vez más a órganos humanos.

Se llamaba Fiona, era maravillosa. Vivió conmigo cinco años, durante el invierno perdió el agua que la mantenía en vida. Decidí conservarla hasta el último momento, la saqué del frasco y la sembré en un recipiente rectangular, mucho más grande que el inicial: sesenta y cinco centímetros de largo, treinta y cuatro centímetros de ancho y veinte tres centímetros de profundidad. El tamaño de un ataúd para una niña.